440 aniversario de la Batalla de Lepanto


Aquel amanecer lo recordaré toda mi vida: entre un silencio espeso, más de cien mil hombres vimos el amanecer más rojo de nuestras vidas. Los que estábamos allí nunca podríamos olvidarlo, sabíamos que este día que nacía sería el último que viéramos muchos de nosotros. Dios, Nuestro Señor, parecía también saberlo, por eso nos obsequió con el amanecer más hermoso que mis ojos hubieran visto nunca. El sol tiñó todo el Mediterráneo de un rojo sangre, como queriéndonos mostrar lo que horas más tarde nos esperaba. Nuestro sacrificio iba a servir para honrar a Dios y salvar la cristiandad.

Así, entre los susurros de la noche, cruzamos el canal que forman las costas de la Grecia continental con la isla de Oxia, la última de las islas Curzolari. Pasamos a la altura del cabo Scrofa y salimos muy temprano al golfo de Lepanto. Las informaciones dictaban que allí tendría lugar la batalla. Aún no podíamos divisar a los turcos, pero la armada de la Santa Liga ya se había desplegado y esperaba a nuestro temible enemigo.

Rojo Amanecer en Lepanto

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